WOS y un ejercicio sobre habitar el todo

Ante lo incierto de lo exterior que intentamos no afecte nuestro interior, un concierto de WOS sirve para purificar las almas, para trascender con sus líricas llenas de verdades a veces dolorosas pero necesarias. La vulnerabilidad, la rabia, la decepción, la frustración, la ilusión, la ira, la angustia, y finalmente, ante todo, el amor parado a prueba de balas, como sentido de comunidad que podría salvarnos de este mundo que se encarga de ponernos el filtro de la desesperanza, el pesimismo y la tristeza. Todo eso nos muestra a través de sus canciones, dónde estamos parados y hacia dónde podemos ir. La música de WOS es un faro de luz en medio de un presente lleno de angustia existencial. Todo lo que canta se lo recuerda a él mismo y a nosotros, demostrando que la música tiene un poder transformador y horizontal, de comunidad entre artista y público.

Texto de Mavi Martínez – Fotografías de Renata Vargas

Tomás Sainz, Natasha Iurcovich, WOS, Francisco Azorai y Chipi.

Casi a la vera de un río que nos separa de su país de origen estuvimos presentes para disfrutar de esa conexión que nos saca, por un par de horas, muchas veces de la dura realidad que atravesamos en todo sentido. Esa vez, el agua que corría cerca nuestro nos contaba también historias, nos decía que su presencia en este país, una vez más, era la confirmación de su idilio con varias generaciones de personas en Paraguay. Así volvía WOS a romper todas las estructuras y a recordarnos que en este mundo debemos ser flores que crecen en medio del cemento.

Las letras de WOS son filosas y acertadas, al mismo tiempo que se tiran al vacío de la ternura y la vulnerabilidad, porque el músico y escritor sabe que habrá un millón de brazos que lo recogerán y un ejército de corazones que lo entenderán. Eso pasó nuevamente aquel 12 de octubre en Paraguay, específicamente en el concierto que dio el argentino en el Puerto de Asunción, en el marco de la gira de presentación de su último álbum llamado “Descartable”, que acaba de culminar.

Y hay algo en su forma de salir al escenario y pararse ante el público que no dice que busca con intención ser distinto, porque es algo que le sale de forma natural por todo el contexto que embebió desde que nació. La actuación y la música siempre estuvieron ahí, acunándolo y viéndolo dar sus primeros pasos, tanto de vida como en el arte, por eso su pisada es diferente a mucho de lo que anda rondando por la escena. WOS traduce su honestidad musical y sonora también a su encare escénico.

A ritmo de electro, con capas de texturas entremezclándose y que se abrían y cerraban como olas tranquilas, la noche arrancó con la emotiva “Nuevas coordinadas”, que empezó a marcar ese camino, de aquellas cosas que WOS busca recordarnos, afirmando que todo camino es posible y que la paz nos va a encontrar si no nos escondemos.

Nuestras almas ya comenzaron a ser una extensión de nuestros cuerpos, saliendo volando por los aires, besando al río, atravesando la arena, paseándose por el escenario bailando con WOS y volviendo a nosotros para seguir alimentándose de corazón. Un corazón que siguió creciendo con “Descartable” y “7/8” mientras el viento nos soplaba la cara y amainaba un poco el calor, y así tomábamos impulso para saltar y sacar afuera toda la mierda que nos atrapa, entre tanta potencia donde las guitarras desgarraban sus prendas, el bajo nos reventaba el pecho, la batería se elevaba en espirales de ritmo y las teclas nos acariciaban la sonrisa. “¡Ey! ¿Quieren o no encontrar el placer?”. Por supuesto que a eso fuimos.

“¡Buenas noches Paraguay! ¿Cómo estamos? ¡Gracias por recibirnos! Esto es la gira de Descartable”, fueron las primeras expresiones que nos regaló WOS, entre sus risas sinceras y tímidas, de aquel chico que quizás aún no dimensiona lo que genera. Y así, de la nada, pasó al romance profundo y poderoso, con “Morfeo” y “Okupa”. Entre un ritmo mid-tempo que fue acelerándose entre un tema y otro, nos subrayó que “Parece tan azaroso aquello que no salva”, pero él (esperemos) sabe que su música no llegó a nosotros por azar, fue porque buscábamos algo para sentir y la encontramos o nos encontró. Quién sabe.

“El hastío de amoldarnos a los hábitos / Que dictamina el juez colectivo de lo válido / Me animo a lo lento y perceptivo de mi ánimo / Aun cuando lo sensible muere en manos de lo rápido”. Buscamos otro camino y lo sabemos de forma colectiva. Y lo encontramos en estos rituales, donde en “Okupa” los sonidos subían y bajaban, como oleadas que traen lo bueno y se llevan lo malo, como el agua que besa los pies y nos hace cosquillas para recordarnos que existe la alegría.

Y en ese vaivén que representa su concierto, que es más que eso, es una narrativa donde él sabe cómo llevarnos de viaje a diferentes escenas, aparece de nuevo la distorsión con “Que se haga tarde” donde nos desafía: “Entrégate a lo nuevo que nos da el temblor”. Eso entiende el público y se deja llevar por la locura, que él sabe cómo conectar con más palabras, como incitando a la gente a romperse en emoción.

“¿Qué pasa Asunción? ¿Estamos bien? ¡Vamos a darle entonces!”, exclama, para disparar con las frenéticas “Niño gordo flaco” y “Canguro”, como mostrándonos dos caras de su potencia, una que sabe propagarse en colores, para atravesarnos con su dialéctica también poderosa, hablándonos desde encontrar el sentido de la vida hasta la corrupción en la política.

Tras un hiato instrumental, presentó otra de sus nuevas canciones, donde resalta también su evolución en todos los sentidos. “Estímulo”, un tema que se va construyendo a partir de texturas oscuras, teclas que remiten a sonidos espaciales, distorsión, tejiendo lentamente la canción, como una cocción a fuego lento. Esto en concordancia con un juego de luces rojas, negras, contraluz, acentuando los claroscuros y coincidiendo con la lírica que analiza los estímulos y excesos, como una película de acción.

Del headbanging a los saltos, todo fluía armoniosamente en este concierto donde también confluían las generaciones, niños con sus padres, adolescentes, jóvenes, todos en abrazo musical, siendo tocados por un artista intergeneracional.

“Gracias, estamos muy contentos de estar nuevamente acá”, dijo en otro momento WOS, tomando aire, respirando, inhalando toda esa energía emanada por la gente y suspirando para sacar afuera también su propia intensidad. Pero eso, claro, lo hacía también a través de sus interpretaciones cual descargas eléctricas, aunque también había momentos de pausar para verlo todo a través de los ojos del corazón. Fue cuando llegó “Arrancármelo” ¿Es quizás la balada más hermosa de los últimos tiempos? Probablemente sí. Así como contiene una de las letras más profundas sobre las emociones humanas, la incertidumbre en la vida y el autoconocimiento, temas tan complejos de abordar, pero tan necesarios de atravesar.

De quedar flotando entre las nubes grises que adornaban el oscuro manto de cielo, entendió que queríamos seguir meciéndonos y pensar en el amor, aunque a veces sea duro. Así hizo “Contando ovejas”, al que le siguió “un tema que tiene varios años, es de los primeros, diría”, según dijo el mismo WOS, para luego agradecer a los que “acompañan desde ayer, hoy, mañana”. Así llegó la aguda y penetrante “Terraza”.

“Quiero hacerle un masaje a mis pensamientos / Para que se ablanden, no hablen en cualquier momento / Tengo claro que eso es un entrenamiento / Si esta cultura te hace adicto al sufrimiento / Adicto a una fila de lamentos / Si saco el cuchillo es pa' cortarlo en filamentos”.

De esta forma, desde sus primeros sencillos editados, hasta su más actual muestra de plasticidad cerebral con un freestyle, en gran batalla con la batería, nos demostró que es uno de los mejores raperos de Latinoamérica. Es nuestro Eminem, porque tampoco se calla nada y no le tiene miedo a lo que pase. “Rapeo para no morir”, asegura, y se nota.

WOS estaba encendido, desquiciado, la electricidad de los instrumentos le corría por las venas y explotaba en chispas entre beatbox, barras filosas y distorsiones, mientras su lengua daba paso a palabras que escupen verdades. Esto generó que empiece a mostrarnos a sus “invitados” a través de las pantallas. “Culpa” nos presentó la voz del histórico Ricardo Mollo, junto a quien reflexionó sobre el arrepentimiento y la posibilidad de redención.

Es conmovedor cómo WOS sabe configurar el set de un concierto para arrojarnos de un estado emocional a otro, de un paisaje sonoro a otro. Con suma precisión, casi quirúrgica, nos saca de un lugar  con ganas de saltar hasta morir, para ingresar a un universo etéreo luego con “Caída libre”, que nos da esa sensación de estar atravesando eso mismo que su nombre representa.

Con una instrumentación onírica, una única luz muy teatral a contraluz, dejando que WOS se exprese así tal cual, y nosotros nos concentremos profundamente en la letra, mientras los sonidos nos van explicando también cada palabra sobre la aceptación de la finitud de la vida.

De aquel vuelo contemplativo, donde hasta podríamos haber llegado a meditar, WOS nos saca y nos tira al abismo con la pujanza que tiene “Quemarás”, con la aparición en pantallas de una silueta del Indio Solari; “Andrómeda” y el poder de “Ermitaño”. Dillom, otro de los creativos más llamativos de la escena, así como WOS, apareció también a través de las pantallas para romper todo en “Cabezas cromadas”, una canción que es locura y frenesí punk, y luego “Alma dinamita”, para volver a sacarnos de esa locura e introducirnos en una espiral de calma.

WOS se tomó un momento, tiró agua e invitó a la gente a invitar, justamente, para compartir el líquido vital en un momento en que el calor no paraba de ascender y el polvo de crecer como paredes. Su solidaridad así, siempre visible por su público. Y esa ternura se vio reflejada luego a la hora de hacer “La niebla”, con la voz de Natalia Lafourcade y su presencia en las grandes pantallas, en un momento muy íntimo y a corazón abierto, donde fue acompañado a sentarse junto a Chipi, en guitarra acústica.

Lo cíclico de la vida, de las relaciones, de amistad, de amor o incluso familiares, podríamos identificarlo con todo. La canción propone ese devenir de las experiencias y cómo nos configuran. Y ambos lo cantan de una forma digna de canción de cuna, que nos da la sensación de que incluso de los escombros podemos reconstruir con amor, lo que sea.

Una vez más, nuestro corazón fue tomado para ascender hacia el “Sur”, donde un impresionante trance instrumental fue el que recorrieron los músicos, con WOS tocando endemoniadamente las percusiones. Y así era el casi final, donde se empezarían a despedir.

“Gracias por permitirnos estar acá haciendo esto que amamos, para nosotros en tiempos densos y raros encontrarnos cara a cara es importante, gracias por permitirlo. Si alguien quiere invito a transpirar con este tema y nos vamos livianos”. Así sonó “Púrpura”, abriendo un portal hacia la inmensa demencia de dejar el cuerpo y el alma sobre la arena y las piedras. La gente resistió bailando y lo dio todo.

Entre aplausos, ovaciones, gritos de la gente, WOS tomó un momento para agradecer a su banda y a toda la parte técnica que hizo posible el show, demostrando su gran don de gente. “Gracias, nuevamente, a ustedes, por comprar la entrada”, manifestó también, siendo consciente que para muchos es un gran sacrificio y toda una ofrenda desde la admiración.

WOS se despidió con “Cambiando la piel”, en clave de fiesta y eso era, cambiar de piel, sobrevivir, renacer de las cenizas, como plantea en muchas de sus canciones, entendiendo que igual se puede seguir, reintentar. Y la gente quedó ahí, con la energía en alto, sin poder bajar las revoluciones tan rápido porque el idilio no fue fugaz sino tan duradero que sigue vibrando hasta hoy en el corazón.

Ese destello no se apagaba, la gente seguía firme, pidiendo otra y otra y otra. Que por supuesto, sabíamos que iba a pasar, porque está en ese contrato tácito de felicidad que pactamos con los artistas. Y WOS entendía que debía encender aún más la fiesta, hacer fuego de las emociones y que trasciendan, como un ritual hechicero, donde todos reunidos alrededor de un fogón invocaban a los dioses de la música y el amor.

Así, remera fuera del cuerpo, meneos delicados mediante, WOS te canta un cumbión social donde afirma que “hace tiempo nuestros sueños tienen precio de alquiler”. Nos hace bailar y reflexionar, pocos pueden lograrlo, más aún sobre una estela que mezcla lo tropical y lo andino, potenciado por el gran Gustavo Santaolalla. Así abrazamos nuestra latinoamericanidad sufrida y devastadora, pero en nuestros propios pasos nos reconstruimos para ser alguien en esta vida. Y pienso en “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, y esa pintura sobre nuestro continente, tan único en su especie, que nos enorgullece y sobrevive a procesos desgastantes. Al final nuestra identidad radica en la belleza de nuestro ADN.

Y el público extasiado, quizás no daba más, pero WOS no perdonó y eligió cerrar con “La cochería” y esas melodías que sacan la sed, subrayando la importancia de la necesidad de sostenernos en la amistad, con la que podemos atravesar esa vida sufrida que muchas veces él retrata en sus letras. Deja así el resquicio de esperanza, de que podemos con todo si tenemos esa luz guía. Amigos, familia, música, momentos felices que ladrillo a ladrillo construyen nuestro castillo de felicidad, como un acto político y radical en tiempos turbulentos.

Es entonces WOS parte de un ¿nuevo rock? Sí, el recambio. Rock como espíritu, el rock de esta generación que se reconoce vulnerable frágil, que tiene los huesos para aceptar, rompiendo las represiones de generaciones pasadas que posaban escondiendo sus emociones. Pero todo es una respuesta a algo y en este caso respondemos abrazando nuestras vulnerabilidades. Nuestra cochería nos salvará, que nos hace “Tan bien que no hay bala que pare este tren”. Y ahí vamos.

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