Divididos por la felicidad: Mollo, Arnedo y Catriel derramaron nostalgia en el anfiteatro

Los Divididos volvieron a tocar en Paraguay después de 18 años y trajeron un repertorio dirigido especialmente a los cuarentones que hace tiempo los estaban esperando. Con temas clásicos de la agrupación e himnos de la banda que los precedió, Sumo, demostraron que están conectados con nuestro país y que tienen mucha más energía para que tengamos un nuevo encuentro.

Por Diego Díaz

El combo que ofreció Divididos, el pasado 29 de septiembre, incluyó un concierto cargado de virtuosismo, su tributo a la tranquilidad paraguaya y un mensaje audiovisual con Ricardo Mollo cantando “Spaghetti del rock” en la prueba de sonido con un niño haciendo volar una pandorga para escenificar una parte de la letra de una de sus canciones más históricas.

Este power trío, término de antaño pero preciso esta vez, tocó todos los temas que la afición deseaba escuchar. Probablemente “Par mil” fue el gran ausente, pero luego, jugaron muy bien y para la tribuna. Comúnmente las bandas como Divididos suelen dejar cierto nivel de insatisfacción en sus fans cuando realizan shows, más aún en festivales, porque el fan siempre prefiere un repertorio más íntimo. En este caso, en este reencuentro, el contexto ameritaba entonar éxitos como “Sábado”, “Salir a comprar”, “Ala Delta”, “El 38” y covers como “La rubia tarada”, “Crua Chan” (Sumo), la ranchera “Cielito lindo” (Ranchera) y “Sucio y desprolijo” (Pappo Napolitano).

Para mí, el punto más alto fue definitivamente “El arriero”, de Atahualpa Yupanqui. Un clásico de la música folklórica latinoamericana que en la versión de Divididos se convirtió en un clásico del rock de la región. A la letra exclusivamente contestataria y anticapitalista, se le sumó una atmósfera similar a “Since I’ve Been Loving You”, de Led Zeppelin, en la que Mollo emuló (sin intención) a Jimmy Page, completamente en trance frente a todo el anfiteatro.

El efecto que generó Divididos en el público fue el de una duda sobre si los músicos eran enviados de algún Dios o de humanos que trascendieron a un nivel de excelencia que solo se puede conseguir entregando la vida a la disciplina. Está sensación es natural, cuando un mortal tiene el placer de ver a músicos del carajo.

Para alguien que nunca había visto a la banda en vivo y que no es un fan recalcitrante, Divididos en San Bernardino marcó un momento único que solo puede digerirse con el pasar de los días. Para un fan, este show fue un encuentro para reafirmar que Mollo, Arnedo y Catriel son de los mejores músicos de la historia argentina.

Como esos besos por celular que Mollo nombraba a inicios del 2000 en “Spaghetti del rock”, los Divididos nos hicieron recordar lo lindo que es escuchar ese rock más clásico, más directo y sin tantos aditivos. Lo que sí, la próxima vez, la organización del ReciclArte (o quien dirija las cámaras) debería acompañar un poco más la velocidad de Catriel y Mollo para que podamos mirar en pantalla cómo tocan sus instrumentos. Arnedo sí tuvo pantalla todo el show y se comió el espectáculo.

Fotos de Miru Trigo

Siguiente
Siguiente

La noche en que Nahuel Pennisi nos hizo ver con el alma