Luli Maidana y el aprender a mirarnos con amor

Suelo tomar notas en el celular de las cosas que voy sintiendo en el momento, de cómo percibo a la gente y, por supuesto, de eso artístico que transcurre frente a mis ojos. Aunque a veces, en el intento de querer capturar y traducir en palabras en ese preciso instante, entre bajar la vista a la pantalla del celular y ponerse a escribir, en ese lapso de tiempo, siento que puedo perderme de las cosas que no estoy viendo.

Por Mavi Martínez (@mavimartinezv)

Esta vez el celular se quedó guardado y en mi corazón guardado lo vivido. Es un ejercicio interesante el que me lo planteo como un desafío pero que me lleva a sentir y percibir mucho más y a estar más receptiva, ya que lo que pudiera escribir en un futuro sobre lo que ví será todo lo que me impactó y perduró en el tiempo, así como esto que escribo a más de un mes después del lanzamiento.

Este mundo loco, frenético, impulsivo, también nos obliga e induce a pensar en que todo debe ser inmediato, sobre todo el mundo de las noticias donde todo es consecuencia de algo que acaba de ocurrir. Pero también hay otro lado y es el menos “vendible”, y es ese lado que se toma el tiempo de dejar pasar los días, que se anima a dejar entrar pensamientos, a reflexionar mirando atrás, a pensarse a partir de un suceso. Pero al final, es el más real, porque nos habla de aquello que permea en nosotros, nos impacta y forma parte de nuestra vida por lo importante, por los aprendizajes.

Y para mí estas ocasiones, como el lanzamiento del primer álbum de la cantante chaqueña Luli Maidana, el pasado mes de mayo en el Club Social Resistencia, ha sido uno de esos eventos cumbres para mí en todo sentido. Al estar allí y ver todo lo que acontecía alrededor, desde días antes (y luego enterándome que desde hace meses venían preparando todo) me hizo pensar mucho más en el valor de darle continuidad a lo que se puede contar de un hecho semejante.

Es que también todo esto no empieza desde que comenzaron a juntar las primeras ramitas o a dar forma a la escenografía. Empieza desde que Luli nació y en su casa la criaron con música. Así que imaginen lo importante que es un evento como esta presentación en sociedad donde en un show de una hora y minutos se quiera entregar un cúmulo de esfuerzos e ilusiones que datan desde el nacimiento de la artista. Así que sí, deberíamos quedarnos hablando mucho tiempo sobre cosas como esta. Es así que celebro poder estar escribiendo estas líneas luego de haber vivido y pasado, aunque sea por una parte de la vida de Luli y ver su costado más soñador, vulnerable y feliz.

En un primer lugar

“En un primer lugar” es el nombre del álbum que lanzó al mundo, porque en un primer lugar está uno y también el otro. Este debate pone Luli sobre la mesa a través de canciones que se dejan abrazar por la música popular y en las que desata con magistralidad una lírica llena de madurez y seguridad. No solo sus miedos y dudas sino también sus convicciones y pareceres están plasmados con profundidad en las 8 canciones que entregó en vivo también con una pulcritud asombrosa. Por supuesto, eso lo hizo acompañada de una banda que, cual “dream team” la supo llevar de la mano a conquistar ese universo de emociones.

Conformaban la nave nodriza La Chula en bajo, Bruno González y Agu Gómez en percusiones, Ivo Cassiet y Patricio Hermosilla en guitarras, y Lean Zarza en coros. Mientras que como invitados estuvieron Diego Gutiérrez en bandoneón y Darío Lezcano en trompeta, así como una murga integrada por Tonica Bt, Lalo Aguilar, Agustina Meza, Kitu Genez, Dacota del Norte y Nahuel Morales, quienes habitaron este universo con cuidado, ternura y entrega, así como este evento se lo merecía. Nos mostraron que donde hay amor, el arte puede brotar de las formas más impactantes.

Umbral

Entonces fue así que atravesamos el “Umbral”, una canción con la que Luli nos invita a mirar adentro de nosotros mismos. Donde nos cuenta que no siempre es bello confrontarnos y conocernos. En ese proceso de entendernos y muchas veces desarmarnos para volver a armarnos y amarnos, el camino puede ser doloroso. Solo que ella sabe, o aprendió y aprende, que ese proceso es de toda la vida. Que podemos vivir sabiéndonos seres duales y amar todas esas partes, incluso las que no nos gustan, porque nos hace únicos e irrepetibles.

Para Ana

Y es que también la voz dual de Luli, suave pero poderosa, nos indica que incluso hasta en su ser ella sigue aprendiendo a dominar sus colores y dolores. Con esa mezcla encantadora, la cancionera nos muestra el camino, en tanto surca los mares musicales sobre guitarras cristalinas, percursiones dulces y un bajo que, con seguridad, marca el ritmo. Así llegamos al puerto de “Para Ana”, canción dedicada a una amiga. En forma de carta abierta, la artista muestra su corazón aún más palpitante, ya que la intensidad de sus observaciones encandila y su asertividad nos despeina.

Luli extraña, piensa, recuerda. Nos expone una amistad que quizás terminó o se fue disipando por el paso del tiempo, pero nos enseña que muchas veces el cariño puede seguir intacto, lo cual habla de esa inteligencia emocional de la que hoy en día tanto se piensa pero que tan necesaria es. Ese amor de amigas está presente en este relato y es más valioso que nunca entender cómo estas relaciones también pueden marcar nuestras vidas, aún sigan estando o no.

Calendario

Las guitarras nos siguen allanando el camino en esta historia dividida en varios movimientos, cual sinfonía de sentimientos y aprendizajes de vida. Y es esa nave la que Luli dirige, en tanto sobre el escenario se va transformando, mostrándonos diferentes facetas de su andar escénico, entre el dramatismo y la picardía, en climas que sabe manejar como si hubiera nacido y al instante la pusieron sobre un escenario y las luces la abrazaron.

El viaje sigue con “Calendario”, una introspección aún más honda de esas cosas que pudieron ser y no fueron, porque los humanos sabemos que una desilusión (venga de donde venga) nos desestabiliza y puede destrozar almas, pero llegado el momento emergemos también habiendo aprendido algo. Soltar, ese concepto que hoy por hoy está en boca de todos todo el tiempo, porque dicen que es lo más importante que debemos aprender, está también aquí presente, diciéndonos que eso lo podemos hacer viendo las cosas de otra manera, con otra perspectiva. Porque entender que ese otro puede ser muy diferente y saber aceptarlo habla de altura, pero cómo cuesta.

Cada noche

Un acordeón de sonido añejo funcionó con actitud magnética, porque nos envolvió en una espiral sonora de emotividad, para dar pie a “Cada noche”, una brillante fábula donde Luli pone como protagonista a un monstruo, no de forma literal pero sí con gran inventiva. Ya uno se queda pensando luego qué cosas en la vida pueden ser ese monstruo que no deja nuestra habitación. ¿Nos habita algo externo? ¿Somos nosotros la habitación traduciendo esas cosas? ¿Qué poder le damos a eso? ¿Cómo hacemos para expulsarlo o aprendemos a danzar con él? ¿Le enseñamos que la vida también es suavidad? Porque no podemos huir de nosotros mismos, debemos ponernos en un primer lugar siempre. Abrazándonos, así como lo hicieron aquí las maravillosas bailarinas Delfina Carballo y Denisse Gebhardt.

Guárdame

Y en ese caminar por la vida, que se compone de vínculos, no podemos escapar de la decepción como sentimiento, esa frustración de que algo no haya funcionado y que nos hace sentir, a veces, perdedores. Pero también muchas veces queremos perder cosas antes que volver a encontrarlas. No obstante, nunca había escuchado una canción de olvido más atenta y considerada con la persona en situación de “abandono”. Para que nos demos cuenta que también podemos dejar ir a alguien cuidando no hacer tantos añicos de su corazón.

Esta canción destila toda la gallardía de Luli y su banda, que entre la comedia fina que emana la letra y la honestidad de lo que uno puede ser y dar, está a la altura de las despedidas más dolorosas pero hermosas. Porque sí, el concepto de la dualidad de la vida más presente que nunca. “Si me sueltas el hilo volaré y tú también volarás”. Sí. Dejemos de romantizar el hilo rojo. Miremos al amor de una forma más sana, incluso así implique atravesar el dolor.

La justa vida

El viaje estaba cerca del final y eso lo marcaba un poco el sentir de las tres últimas canciones, que luego de mecernos en tonadas más lentas, empezó a ascender ese tempo hacia el deseo de incluso levantarnos a mover las caderas. Pero el público estaba tan sumido y absorto en sus emociones, que siguió observando y viviendo a flor de piel cada obra. Una murga bullanguera, alegre y colorida apareció para “La justa vida”, donde Luli nos cuenta de un mensajero de la inmensidad, que nos habla de despedidas que dan paso a bienvenidas. Eso que queremos para vivir una justa vida, así como lo dijo la abuela Tota, en un audio que sonó al inicio de esta canción.

Sin reproche

Las sonrisas brillantes, los abrazos, las luces, el amor, todo sobrevolaba el salón con una intensidad que era capaz de detonar las paredes. Porque el cielo hace rato ya se había extendido y podíamos ver las estrellas de la noche a través del techo, gracias a esa poderosa presencia de Luli Maidana, la mensajera de la inmensidad que enseguida nos siguió enamorando también con su sutil sensualidad en “Sin reproche”. “Hagamos historia, de esas que cuentan los locos, donde solo con tan poco se tejen en la memoria”, dice la artista, quien quiere crear una loca historia de amor que impacte. Una loca historia de amor con la música, con nosotros, con sus amigos, familia, con el mundo.

Cancionera

Y hasta “Cancionera”, que fue el final, Luli nos dibujó un mapa de su creatividad y de cómo la bendición de la diosa de la canción la tocó e hizo fluir en ella, a borbotones, una pericia magistral a la hora de traducir en palabras sentimientos a veces tan complejos del ser humano. Lo doloroso y lo bello, lo difícil o lo sencillo, la tragedia o la felicidad, todo ella lo lleva al plano cancionero de una forma que a uno lo deja impresionado y disfrutando.

Y es esta última canción, que también cierra el disco, donde nos cuenta cómo un día llegó a ella la canción (no una, sino en general). Es maravilloso que nos cuente y se abra a mostrarnos también de esa lucha interna del artista, del creativo, del escritor, que muchas veces no puede continuar, hasta que un día viene esa luz que puede darse de cualquier forma. Luli una vez más se muestra vulnerable y nos hace parte de su acto revelador. Nos invita a entender cómo funcionan esos procesos que terminan en, por ejemplo, este show y su camino posterior.

“Canción mujer compañera de tantas noches en vela, cantame tu melodía para que arrulle mi pena”. En el acto de escribir uno tiende a escribir y borrar, escribir, pensar, frustrarse, no sentirse cómodo, hasta encontrar palabras que nos hagan sentir bien, palabras que arrullen penas propias y que luego arrullarán a otros.

Lo bello de “Cancionera” es que tiene sabor a “road movie”, es una melodía que no nos lleva a un destino específico, sino que nos tiene viajando todo el tiempo, como nómadas de vivencias y experiencias, de lugares, personas, y en ese trayecto nos llevamos lo mejor, aprendiendo incluso de lo agridulce, de lo peor. El ritmo de esta canción nos invita a vivir esa película, a ser parte de esa expedición que es la vida misma. Nos enseña a darle la bienvenida a las situaciones y de ellas aprender.

Ante todo y en un primer lugar, la gratitud

Las canciones de Luli nos hicieron levitar, despegar nuestros pies del suelo, cuando menos pensamos ya estábamos flotando, aleteando, buceando entre nubes cargadas de intención. De esas intenciones que intuyo ella tenía, de llevarnos a habitar su mundo hecho de canciones.

Sí que lo logró y auguro que lo siga logrando, después de agradecer que se haya puesto en un primer lugar para enseñarnos todo lo que nos contó con las canciones de este álbum, uno de los más bellos que se haya creado jamás.

*Fotografías de Esteban Levinson y Vicky Aranda.

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